¡Anímate! ¡Diviértete! Te lo mereces. A todos les va mejor que a ti. Tu mamá está enferma. Tu papá es un drogadicto. Dios te engañó. La vida te engañó. Todo el mundo te engañó”.

La rabia y la victimización fueron mi alimento durante décadas. Nunca me importó saber que lo que hacía estaba mal. Mi voz interior siempre me incitaba a seguir adelante. Yo era una víctima y el mundo estaba en deuda conmigo.

Siento lástima por mí mismo desde que tengo memoria. Todo empezó en la escuela primaria, cuando empecé a comparar mi vida en casa con lo que imaginaba que experimentaban mis compañeros. Nunca pude descifrar exactamente qué tenían ellos que yo no tenía, pero sabía que era mejor. Perdí de vista cualquier cosa buena de mi vida y me enfoqué solo en lo que era negativo.

Quería a mi familia y sabía que ellos me querían, pero nuestro hogar era disfuncional y caótico. Papá era un adicto total al crack y un alcohólico. Su adicción provocó mucho dolor en el hogar, especialmente a mi hermano mayor, de quien papá abusaba. Mi hermano era el hijastro de papá; quizás por eso se ensañó con él de manera brutal. Por el motivo que fuera, me hacía sentir incómodo, porque papá me trataba como a un niño perfecto.

La adicción de papá lo hizo entrar y salir de comisarías y al final lo llevó a la cárcel. También fue la causa de que nos mudáramos con frecuencia. Cuando yo tenía 15 años, ya nos habíamos mudado diez veces.

Mi mamá era amorosa, pero tenía sus propias dificultades, principalmente por su batalla con la diabetes. No recuerdo una vez que no estuviera sufriendo un dolor intenso o que no estuviera encerrada en la casa. Al final, terminó ciega y adicta a los analgésicos recetados. Por su adicción y sus penurias físicas se le hacía difícil estar presente a nivel emocional para mi hermano y para mí, pero hacía todo lo posible.

Nuestros familiares nos daban el apoyo que tanto necesitábamos. Mi abuela, mi tía y mi tío nos querían mucho. A menudo íbamos juntos a la iglesia.

Oí muchas historias sobre Jesús cuando era chico. Al principio creía que Dios había enviado a Su Hijo para que muriera por mí. Incluso oraba para recibir Su regalo de salvación eterna. Pero como suele suceder, mi fe cristiana hizo una parada en mi cabeza y nunca llegó a anidar en mi corazón.

No tenía relación alguna con Dios fuera de la iglesia, ni el menor interés en forjarla. Para mí, Dios era el culpable del caos en mi hogar, especialmente de la enfermedad de mamá. Ella falleció cuando yo tenía 15 años y eso fue una prueba más de que a Dios no le importábamos.

En ese momento papá estaba en la cárcel y mi hermano se había mudado de West Virginia a Ohio. Me sentí tan solo, perdido y abrumado por mi futuro incierto. ¿Dónde estaba Dios y por qué permitía que tuviera que pasar por esas dificultades?

El enojo me hacía hervir la sangre al recordar cómo Él me había engañado.

Mi tía Kathy y mi tío Herb, una pareja cristiana amorosa, me llevaron a su hogar. Me querían, me aceptaban y me apoyaban todos los días y reflejaban el amor sacrificado de Dios y Su fidelidad. Con ellos aprendí las ventajas del trabajo esforzado y la integridad y pude experimentar una vida hogareña estable por primera vez.

Pero el enojo, el resentimiento y la lástima que sentía por mí mismo no me dejaban aceptar su amor ni el regalo que me hizo Dios de una nueva vida. Pasé los mejores años de mi vida en la casa de mis tíos y sin embargo no estaba contento. Por enfocarme solamente en las cosas que no tenía, perdí las mismas cosas que había deseado tanto para mi familia.

Durante los dos años que pasé en su casa vivía de fiesta, fumaba, insultaba y tenía sexo casual con chicas. Alguna vez experimenté con marihuana. Cansado de su mirada vigilante, preparé un plan para que mi hermano obtuviera mi custodia legal. Como tenía 17 años, podía tomar esa decisión estúpida sin permiso de mis tíos. Ellos sabían que la cosa no iba a terminar bien, ya que mi hermano también consumía drogas.

El juez me otorgó lo que había solicitado y me mudé a Ohio. Mi hermano me inscribió en la escuela, pero apenas seis meses después la dejé y me zambullí de cabeza en una vida de destrucción. Cambiaba marihuana por metanfetaminas y durante los 13 años siguientes fui esclavo de un amo cruel.

Hice lo que fuera para satisfacer mi adicción, como fabricar y vender la droga yo mismo. Mis decisiones me pasaron factura a los 30, y me arrestaron. Fue la primera vez que tenía un problema grave y ahí estaba, a punto de cumplir una condena en la cárcel.

Encontré una Biblia mientras estaba en confinamiento solitario. La abrí un par de veces, pero mi corazón de piedra no podía recibir nada de lo que tenía para ofrecerme. Todavía culpaba a Dios por mi vida miserable.

El día anterior a la audiencia de sentencia, mi abogado me fue a ver y me dijo que me iba a conseguir una negociación excelente. Sus promesas me dieron una sensación de esperanza. Esa noche decidí que me convenía hacer otro trato. “Dios —dije—“si me ayudas mañana, voy a seguirte. Hazlo por mí y voy a confiar en Ti. Hasta voy a leer la Biblia”.

Pero Dios no iba a participar en mi juego de Hagamos un trato.

El abogado no se presentó en el juzgado. En cambio, me representó un abogado sin experiencia designado por el estado. Este tipo nuevo no sabía nada de mi caso y el juez me dio una condena de cumplimiento obligatorio a tres años de cárcel, sin posibilidad de acortamiento de la pena. Me quedé sentado sin poder creerlo: era el fin de mi vida.

El oficial me llevó otra vez al confinamiento solitario. El sonido de las cadenas que amarraban mis manos y pies era el único que se oía en el pasillo. Mientras arrastraba los pies, buscaba alguna sensación dentro de mí, pero me sentía adormecido.

De vuelta en mi celda, le di un golpe a la pared para sentir algo. Cualquier cosa. Nada. Encendí la mini radio de 5 estaciones en mi celular. No podía soportar el silencio.

La canción de Dierks Bentley “Borracho en el avión” resonó en toda la celda. Cambié rápido de estación. No estaba de ánimo. De pronto “Cómo ama Él” de David Crowder Band sonó en ese vacío. Es una canción sobre el amor incondicional de Dios y las palabras me hicieron caer de rodillas.

Fue un momento fantástico. Los años de enojo y resentimiento hacia Dios se evaporaron de mi corazón afligido. Estaba tan cansado de luchar por el lugar que merecía en este mundo. Solo me había llevado a caer en un lugar bajo, doloroso y solitario una y otra vez.

Con esa actitud humilde, oí la voz de Dios: “Confía en mí de todos modos”.

Alcé mi mano hacia la pequeña ventana en la parte superior de mi celda y me entregué al amor de Jesús. “Está bien, Dios. ¡Voy a confiar en Ti de todos modos!”.

Inmediatamente, Su presencia se apoderó de mí y de todo el espacio a mi alrededor. La paz reemplazó los años de frustración y miedo. El amor ocupó el lugar del odio y la amargura. De pronto, inesperadamente, ya no me sentía una víctima. Mi corazón se transformó de manera instantánea.

Al volver al pabellón general, los hombres notaron inmediatamente que algo había cambiado.

“¿Qué fue lo que te pasó?”—me preguntaban. Hasta hacía unos días vendía droga y robaba. Ahora, ni siquiera decía malas palabras.

“Jesús me pasó”.

Desde ese momento leí la Biblia a diario y busqué la voluntad de Dios. Iba a pasar tres años en la cárcel y—lo admito—tenía miedo. Pero saber que Dios iba a cruzar los portones de esa cárcel conmigo me dio tranquilidad, valor y confianza (Deuteronomio 31:8).

Quería demostrar mi reconocimiento por la segunda oportunidad que Dios me estaba dando y poner de mi parte para mejorar. Si no estaba dispuesto a invertir en mí mismo, no podía esperar que yo le importara a nadie más.

Sentí que Dios me decía: “Si te comprometes y trabajas, te voy a ayudar a llegar adonde debes estar”. ¡Ese sí que era un buen trato!

Mi primer compromiso fue obtener mi GED. Como matemática siempre había sido una materia difícil para mí, le pedí a otro preso que me enseñara. Todos los días después del almuerzo, ese ex médico me ayudaba. No fue fácil prepararme para el GED, ya que el examen se había vuelto más complejo poco tiempo antes. Estudiaba durante horas todos los días. Es como dicen: Lo que vale, cuesta.

Obtuve un puntaje tan alto que me pidieron que preparara a otros presos para el GED. No lo podía creer. Por primera vez era líder. Eso, de por sí, era prueba de lo que puede hacer Dios.

No solo había salvado mi alma, sino que me ayudó a comprender cosas con las que antes tenía dificultad. Me estaba cambiando, me estaba haciendo una persona mejor. Reuní el valor para buscar un título de la Ashland University. Brindaban un programa intermedio a personas encarceladas que sería aceptado por otras universidades.

Estudié mucho y quedé anonadado cuando ingresé a la Lista del Decano. Nunca me había preocupado por esforzarme en la escuela, así que no tenía la menor idea de lo que podía lograr académicamente. Cuando salí de la cárcel, completé mis estudios y recibí mi título intermedio de Ashland.

El Espíritu de Dios continuaba recordándome: “Tú vales el esfuerzo, Ronnie”.

Nunca me había sentido merecedor de algo bueno. Ni había creído que podía ser otra cosa más que un drogadicto. Pero Dios tenía otra idea de mí. Él no veía un adicto ni un muchacho criado en la pobreza que había perdido a sus papás. Él veía un hijo al que amaba.

Creer que era alguien valioso me ayudó a continuar en este camino nuevo. No siempre fue fácil. En muchas oportunidades, especialmente cuando salí de la cárcel, estuve tentando de dejar la facultad para regresar adonde había estado antes. Pero Dios seguía aguijonéandome: “¡Tú vales el esfuerzo, Ronnie! Sigue luchando junto conmigo”.

Tras graduarme de Ashland en 2018, me convertí en pastor para los jóvenes de una iglesia local. Quería ayudar a que los muchachos descubrieran el valor que tenían a los ojos de Dios.

Durante tanto tiempo no había querido tener nada que ver con Él ¡y ahora les llevaba el Evangelio de Jesucristo a otras personas! Antes la gente cruzaba la calle para evitarme. Ahora padres e hijos se acercaban a mí para pedirme consejos. Era increíble.

Solo Dios podía transformar a este manipulador sucio, mentiroso e intrigante en un hombre en quien los demás confiaban.

Se me empezaron a abrir puertas y dejé mi puesto como pastor de jóvenes para viajar por todo el país compartiendo mi historia. También comencé a trabajar en Christian Healthcare Ministries. Dios me consiguió una mejora tras otra por mi lealtad. Es como promete Lucas 16:10: “El que es honrado en lo poco, también lo será en lo mucho” (NVI). Hoy estoy a cargo de la capacitación y el desarrollo de más de 300 empleados.

Esta increíble nueva vida comenzó con un simple: “Está bien, Dios. Voy a confiar en Ti de todos modos”.

En el instante en que dejé morir a mi antiguo yo y mi percepción de la vida, Dios me resucitó. Me dio ojos nuevos y un corazón nuevo (Ezequiel 36:26) y puso mis pies en un camino nuevo (Proverbios 3:5–6). Y al humillarme delante de Él cada día, Dios continúa exaltándome (Santiago 4:10).

No hace mucho me tatué Juan 3:30 en el brazo. Me ayuda a recordar las palabras importantes de Juan el Bautista sobre Jesús: “A Él [Jesús] le toca crecer y a mí, menguar” (NVI).

Juan conocía el secreto de la vida: más Jesús, menos yo. Es la única manera de experimentar la vida abundante que promete Jesús en Juan 10:10.

Y usted ¿qué? ¿Va a decidir confiar en Dios de todos modos?  ¿Va a dejar de lado su enojo y sus decepciones, va a aflojar los puños y abrir su corazón a Aquel que lo ama, aunque la vida no se haya dado como pensaba? ¿Y va a creer que usted merece una vida mejor?

Ahora mismo, sus experiencias pueden haberle hecho caer más bajo de lo que jamás haya imaginado. Ya lo sé. Me pasó. Pero aprendí que con Cristo el lugar más bajo es ideal para colocar los cimientos de una nueva vida (Mateo 7:24–27).

Dios tiene para usted planes buenos (Jeremías 29:11). ¿Cómo puede experimentarlos? Recuerde Juan 3:30. Más de Él y menos de usted.

Confíe hoy en Dios. Al hacerlo, Él no se va a demorar nada en restaurar y reconstruir su vida.

No puedo prometerle que Sus planes van a ser simples. Pero enfrente lo que enfrente, la bondad de Dios estará presente. Y Su gracia lo ayudará a alcanzar objetivos inimaginables.

No se enfoque en lo que no tuvo nunca. Se va a perder ese algo mejor que Dios tiene hoy para usted.

 

RONNIE HOPKINS es el coordinador de capacitación y desarrollo de Christian Healthcare Ministries. También es orador y aboga por las oportunidades educativas en la cárcel.