Nací en 1938, justo antes de que comenzara la Segunda Guerra Mundial. Hace más de ocho décadas que estoy en esta tierra y créame que he visto de todo.
El rey Salomón sabía de qué hablaba cuando reflexionaba sobre la vida. El cambio es permanente y todo tiene su tiempo (Eclesiastés 3:1–8). Y, a veces, Dios le asigna a nuestra vida el propósito y el significado más impensado en los momentos más difíciles.
He experimentado gozo, tristeza, sufrimiento y satisfacción; a veces, todo al mismo tiempo. Con los años, las circunstancias fueron cambiando para mí, pero siempre supe esto: pase lo que pase, Dios estará a mi lado.
Tuve padres cariñosos y una infancia normal, pero no éramos cristianos. Mi abuela cantaba himnos hermosos y nos enseñó a orar antes de cada comida, pero no aprendí nada que me ayudara a entender la importancia de tener una relación con Jesús.
Pasé 45 años con mi primer esposo y juntos criamos cinco hijos hermosos. Frank fue el primero en invitar al Señor a entrar en su corazón. Un amigo le había estado hablando de Jesús, y el Espíritu Santo estaba trabajando en su corazón, preparándolo para guiar a nuestra familia en la fe cristiana.
A las dos semanas, Frank me llevó a ver Rey de Reyes, una película sobre la vida de Jesucristo. No sentí el menor entusiasmo y pasé casi toda la película fumando afuera. Volví a entrar justo a tiempo para ver la crucifixión de Jesús. Vi cómo lo clavaban en la cruz y, a mis 23 años, algo estalló dentro de mi corazón y me entregué a Jesús. Lloré, pedí perdón por mis pecados y le di el control total de mi vida.
Esa noche el Espíritu Santo encendió una llama dentro de mí para que atrajera almas. Quería ir tocando puerta por puerta, hablándole a todo el mundo del amor y la gracia de Cristo. Mi esposo y yo trabajamos juntos en la iglesia y nos propusimos estudiar la Palabra de Dios y criar a nuestros hijos en un hogar que lo honrara (Deuteronomio 6:6–7). No es que nuestro matrimonio no enfrentara dificultades, pero con la guía de Dios logramos pasar juntos todas las tormentas, hasta que el Señor llamó a Frank a su seno en el año 2000.
El Señor tuvo la bondad de no dejarme sola demasiado tiempo. Poco después, un maravilloso hombre de Dios se cruzó en mi camino. Lester era un pastor retirado que amaba al Señor y le encantaba mi entusiasmo al servir a los demás y dar a conocer el Evangelio. Formamos un gran equipo para Jesús hasta que se enfermó. Tuve el privilegio de cuidarlo hasta que perdió su batalla contra el Alzheimer. Enviudé otra vez, después de apenas dieciséis años.
Tras la muerte de mi segundo esposo, se instaló en mi vida una soledad muy pesada. Nunca había estado tan sola. No tenía idea de cómo sobrevivir por mí misma. Me había casado tan joven y lo único que sabía era ser esposa y madre. Ahora ya era tatarabuela y por cierto había tenido una vida plena.
El miedo se apoderó de mí. No quería quedarme sentada y convertirme en alguien inútil para Dios ni para nadie más. “Padre”—oré—“todavía me queda vida. Por favor, no me guardes en un cajón. Quiero que me utilices. ¿Dónde me necesitas?”.
Sentí la risa del enemigo al oído. “¿Cómo podría Dios hacer algo con alguien de tu edad?”.
No tuve problema en recordarle a Satanás que era un mentiroso y un perdedor. Dios todavía tenía una tarea para mí. Solo que todavía no sabía cuál sería.
Clamé con insistencia a mi Buen Pastor durante esa estadía en un valle tenebroso. Él era el único que me podía sacar de allí (Salmo 23), y me aferré a Él para que me ayudara.
Decidida a no caer en el pozo de desesperación y depresión seguí llamando, pidiendo y buscando para que Dios me dijera qué hacer (Mateo 7:7). No sabía cómo, pero sí sabía que respondería a mis oraciones.
Dios me recordó que Moisés también tenía 80 y pico de años cuando Él le pidió que liberara a los israelitas del cautiverio. Y cuando Moisés le manifestó sus dudas, Dios lo hizo emprender el camino, prometiéndole que lo acompañaría a cada paso. De hecho, Dios le dijo a Moisés que ya tenía en su mano todo lo que necesitaba para cumplir la tarea que tenía para él (ver Éxodo 4).
Entonces decidí confiar también; que tendría lo que necesitaba para responder al llamado de Dios cuando llegara. Y de pronto me di cuenta. En todas partes había gente que necesitaba estímulo, una nota amable, una visita, un abrazo o una compañera de oración. Mi edad no sería un impedimento para cubrir esas necesidades.
A partir de ese momento, comencé a aprovechar lo que tenía a mano para servir a Dios y a los demás.
La soledad no me abandonó por completo, pero enfocarme más en los demás que en mí misma renovó el gozo en mi corazón.
Un día, al salir del estudio bíblico, noté a un hombre sentado solo afuera de la iglesia. Se veía triste, pero cuando me acerqué, se le iluminó el rostro con una sonrisa. Me presenté y él me dijo que se llamaba Roy y que era nuevo en la familia de nuestra iglesia.
No sabía qué lo preocupaba o cómo podía ayudarlo, pero supe que Dios quería que fuera amable con él.
Usa lo que tienes a mano, Patricia, me recordé. Fui a casa esa tarde y le escribí una nota para darle ánimo, esperando alegrar a mi nuevo amigo.
Cuando volví a ver a Roy, le di la tarjeta. Se le iluminó el rostro como si le hubiera dado un millón de dólares. Mi corazón se llenó de gozo al ver cómo un gesto tan simple podía ser una bendición para alguien.
Me intrigaba la sonrisa contagiosa de Roy. A pesar de los problemas que tuviera, este hombre era un apasionado por Jesús. Cuando me invitó a cenar una noche, acepté contenta porque podría conocerlo mejor. Era fácil conversar con él y durante la velada nos contamos anécdotas de nuestras vidas. Me enteré de que Roy tenía más de 70 años, que había lidiado con muchas dificultades toda su vida ¡e incluso había pasado más de 30 años en la cárcel!
Me pregunté cómo podía ser tan alegre alguien que había soportado esa clase de tormento.
Roy me contó cómo Dios le dio un propósito a su sufrimiento cuando encendió en él la pasión por ayudar a los demás con sus escritos. Me sentí motivada y tuve compasión por él. Sentí culpa por las muchas veces que me había quejado al Señor por las circunstancias en mi vida que no eran agradables.
Hablamos durante horas y cuando terminó la noche, a los dos nos pareció que nos conocíamos de toda la vida. Era lindo tener un amigo y estaba agradecida de que el Señor hubiera cruzado nuestros caminos.
Quedé anonadada cuando Roy me pidió que nos casáramos. Tuve que alejarme durante tres semanas para buscar que el Señor me orientara. La idea de casarme con Roy seguramente iba a levantar más de una ceja. Sobre todo, me preocupaba que mis hijos se molestaran.
Pero a pesar de las dudas y preocupaciones que le manifesté a Dios, no recibí el menor indicio de que a Él le resultaría desagradable.
De hecho, Dios me llevaba todo el tiempo a un lugar seguro en Su Palabra, un lugar que siempre había sido mi tabla de salvación. Proverbios 3:5–6 me confirmaba: “Confía en el Señor de todo corazón, y no en tu propia inteligencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él allanará tus sendas” (NVI).
Regresé a casa tras mi viaje, convencida de que casarme con Roy era la voluntad de Dios. En mi corazón sabía que, al hacerlo, estaría respondiendo al designio de Dios para mi vida que tanto necesitaba. La respuesta a mis oraciones había llegado de un modo tan inesperado e impredecible que solo a Dios le correspondía la gloria por ella.
Le dije “sí” a Dios y después a Roy, y nos casamos el 27 de agosto de 2022. Todos mis hijos asistieron y le dieron a Roy la bienvenida a nuestra familia durante la ceremonia. Voy a atesorar los recuerdos de ese día el resto de mi vida.
Y así es cómo Dios nos llamó a Roy y a mí al ministerio del matrimonio. Dios tenía un propósito para ambos. Debíamos obedecerle y confiarle todos los detalles a Él. Ahora, Él usa a Roy para darle a mi vida sentido y compañía y Roy dice que Dios me puso en su vida para ser la mejor amiga que haya tenido jamás. Nos desafiamos mutuamente para crecer en nuestra relación con el Señor, que sirve para fortalecer nuestro vínculo. Verdaderamente nos mantenemos afilados y nos hacemos mejores (Proverbios 27:17).
Ahora somos compañeros en el ministerio, el hogar y nos hacemos compañía mutuamente. Usamos lo que tengamos a mano como equipo para acercar a otras personas a Jesús.
Roy continúa escribiendo para ayudar a que otros conozcan al Salvador y yo doy ánimo a quien Dios me ponga adelante cuando veo la necesidad. Entre los dos, tenemos más manos que cuando estábamos solos, así que podemos hacer más.
Dios siempre es fiel. Si está pasando por una etapa difícil, no se desanime. Recuerde que Dios tiene un propósito para usted en todo momento. Ore y pídale que lo guíe. Luego, mientras está esperando una respuesta, empiece a usar lo que tenga a mano para servir a Dios y a los demás.
Tal vez piense que no tiene mucho para ofrecer, pero deje que Dios decida cómo va a aprovechar su obediencia. Quizás esté caminando simplemente y termine cruzándose con su destino.
Dios lo hizo por Roy y por mí y también puede hacerlo por usted.
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Patricia Borges y su esposo Roy aman compartir la esperanza de Jesús en cada oportunidad que se les presenta y con cualquiera que quiera escucharlos. Agradecidos por haber encontrado el amor en esta etapa de su vida, tienen la intención de pasar el resto de sus días amando y sirviendo a los demás.