Crecí en la “tierra santa” de Nueva Jersey, donde hay más judíos que en Jerusalén. Mi abuela huyó a Estados Unidos durante el Holocausto solo con la compañía de mi padre. Había tenido que elegir a un miembro de la familia para llevarlo consigo; el resto de nuestros parientes pereció en Europa. No puedo imaginar todo lo que mi joven abuela tuvo que superar cuando se estableció en un país nuevo y diferente junto con otros migrantes judíos.

Mi padre creció y, en 1966, se casó con una linda muchacha judía. Yo llegué en 1974. Ser judío era importante para mi familia y para mí, al igual que para otros en nuestra comunidad. De niño, celebraba todas las tradiciones y festividades de nuestro pueblo. También asistía a la sinagoga y las clases de religión. A los 13 años, tuve mi bar mitzvá y me convertí en un “hijo de los mandamientos”.

Pero no tenía la mirada puesta en seguir a Dios y Sus caminos, sino en la fama y la fortuna que ofrece este mundo. En mi adolescencia, salí a la calle y, en la “infinita sabiduría” de mi juventud, comencé a andar con el DJ de la secundaria y el traficante de drogas de la clase. Al final, dejé mis estudios y me convertí en DJ de hip-hop.

Con poco más de 20 años, trabajaba en un gran estudio de grabación en la ciudad de Nueva York con famosos artistas de hip-hop y rap. Sin embargo, rodeado de todas esas celebridades, vi la pequeñez de la vida y la verdad de que ningún éxito o suma de dinero hacen que una persona se sienta bien consigo misma, amada o segura de su valía y propósito.

Estas personas tenían todo lo que el mundo decía que las satisfacería: dinero, poder y fama. Salían de fiesta día y noche, y siempre estaban rodeadas de otras personas. Sin embargo, eran los seres más solitarios, vacíos e insatisfechos que había conocido. Yo era joven e impresionable, pero veía que lo que ofrecía el mundo no era la respuesta a la vida.

Me di cuenta de que la plenitud tenía que venir de adentro. Era una cuestión del alma. Así que emprendí un viaje espiritual. Fui a la sinagoga local para estudiar con mi rabino. También estudié artes marciales, filosofía oriental y religión. Me convertí en lo que algunos llaman un “judío-bu”, un judío budista. A diario pasaba horas meditando y practicando yoga, hasta que un día, sucedió algo que cambió mi vida.

Estaba sumido en la meditación cuando mi alma comenzó a vibrar en mi interior. Cada célula de mi cuerpo se sacudió con fuerza, y entonces, salí de mi cuerpo. Me vi a mí mismo sentado en meditación, elevándome más allá del techo y las nubes, para finalmente subir hasta el cielo. Allí estaba ante un rey, erguido en lo alto. Supe al instante quién era Él y temblé ante Su presencia y bajo Su poder.

“Jason”, dijo Jesús. “Estás llamado a servirme”.

Cuando volví a tener conciencia de mí mismo, estaba de vuelta en mi cuerpo, corriendo por mi casa y exclamando: “¡Estoy llamado a servirle! ¡Estoy llamado a servirle!”.

“¿Servir a quién?”. Mi madre me miraba como si y hubiera perdido la cabeza.

Pero no me atreví a decírselo; el nombre de Jesús era tabú en nuestro hogar.

Tenía un amigo judío que recientemente había adoptado la fe de Jesús. Me había contado cómo había descubierto la verdad y, con demasiada insistencia, me pedía que lo acompañara a su sinagoga mesiánica. Hasta ese momento, no había querido tener que ver con sus nuevas creencias, pero ahora ansiaba ir a esos servicios.

Mi corazón saltó de emoción cuando el rabino impartió la Palabra de Dios, basándose tanto en el Antiguo como el Nuevo Testamento. Sus palabras cobraron vida en mi interior, y al final del servicio, oré para recibir a Jesús como mi Señor y Salvador.

Mi amigo estaba muy contento. Me dijo que había orado para guiar a una persona judía hacia el Señor, pero nunca imaginó que sería yo. No sabía si sentirme ofendido porque él había orado a mis espaldas o porque nunca pensó que sería yo quien adoptara su fe.

El rabino me dio mi primer ejemplar del Nuevo Testamento. Me lo llevé y lo escondí debajo de mi cama. (Hubiera sido mejor traer pornografía a nuestra casa que un Nuevo Testamento).

La curiosidad terminó por apoderarse de mí y lo saqué de debajo de mi colchón para comenzar a leerlo. Me impresionó ver cuán judío era el Nuevo Testamento. Me llegó al corazón y confirmó que Jesús era verdaderamente Aquel de quien Moisés y los profetas habían hablado.

Mi madre estaba segura de que me había unido a una secta. Muchas veces me dijo le había roto el corazón al convertirme en seguidor de Jesús. Me llevó a su sinagoga para que me reuniera con su rabino. Él y yo sostuvimos conversaciones interesantes.

Mi decisión de seguir a Cristo también destrozó a mi querida abuela. Me sacó de su vida a mí, su único nieto. Incluso me desconoció públicamente durante un testimonio grabado para la Fundación Shoah, iniciada por Steven Spielberg. No me habló por años después de eso, hasta que sufrió de demencia y olvidó lo que yo había hecho.

Como se ve, convertirme en seguidor de Jesús me salió caro. Aun así, sabiendo por mi visión que estaba llamado a servir a Cristo, comencé a prepararme como rabino mesiánico.

Jesús había transformado mi vida de modo radical al abrirme ojos a Él (Juan 14:6). Me había mostrado el camino hacia la verdadera satisfacción y me había revelado mi propósito e identidad. Un deseo insaciable de compartir a Jesús con los demás ardía en lo más profundo de mi ser.

Personas de mi comunidad me etiquetaron de traidor, dejaron de hablarme y me agredieron físicamente por mi fe. Pese al rechazo, las amenazas e incluso los golpes, no podía callarme las Buenas Nuevas de Jesús.

Me dolió que mi familia, amigos y comunidad me tratara de esa manera. Fue así entonces y ahora también. Pero a través de eso, he experimentado la presencia y el amor de Dios de modos profundos, y he hallado mi propósito final.

De pequeño yo era el niño inseguro y torpe. Ya saben, el que siempre elijen de último los equipos deportivos. Que me rechazaran tantas veces a esa edad me había hecho creer que no era digno de que me eligieran o desearan.

Aprender que Dios sí me quería y me considerara digno cambió todo. Él me reveló esta verdad a través del Libro de Números, en el que hay un inventario (un censo) del pueblo hebreo. Mediante ese recuento, vi que toda persona tiene valor para el Señor.

Curiosamente, la palabra hebrea para “contar” significa “levantar la cabeza de la gente”. Los hijos de Israel habían sido esclavizados en Egipto y, como tales, se les prohibía mirar a sus amos a los ojos. Habían perdido su identidad y su voz. Dios envió a Moisés para sacarlos de Egipto y restablecerlos a lo que eran.

Levítico 26:13 (NTV) dice: “Yo soy el Señor su Dios, quien los sacó de la tierra de Egipto para que ya no fueran esclavos. Yo quebré de su cuello el yugo de la esclavitud, a fin de que puedan caminar con la cabeza en alto”.

Dios quería que Su pueblo recordara que Él era su Salvador y Libertador, y que era hijo liberado del Rey. Quería que levantara la cabeza para que pudiera ver y conocer su identidad, porque la identidad es el destino.

Yo había luchado toda la vida por saber quién era, qué valor tenía, cuál era mi propósito. ¿Por qué estaba aquí? Un día, estaba hablando con el Señor acerca de esto cuando lo escuché decir: “Jason, eres Mi hijo favorito”.

Le di las gracias; me pareció fabuloso. Pero…¿cómo podía ser posible eso? Entonces el Señor me mostró que Su amor hacia mí, como lo es hacia todos Sus hijos, está más allá de la comprensión. A diferencia de mi amor, que es finito, el de Dios es infinito; Él puede tener un número infinito de hijos favoritos.

Fue una revelación emocionante. Pero luego la conversación se puso incómoda cuando Dios me dijo que saliera y les dijera a otras personas que yo era Su favorito. “De ninguna manera podría hacer eso”, contesté. “La gente pensaría que estoy loco o que soy arrogante”. Pero Dios sabía que no era así.

“Jason”, dijo, “la verdadera razón por la que no quieres decirle a la gente que eres Mi favorito no es que tengas miedo de lo que piensen o digan. Es porque no crees que puedas ser Mi hijo predilecto. La verdad es que no crees que pueda amarte tanto”.

Tenía razón. Me costaba verme a mí mismo como Dios me ve. Al mirarme en el espejo, aún veía a un rechazado inseguro, a quien siempre elegían de último. Y cuando me preguntaba cuánto valía, solo podía oír al director de mi escuela secundaria diciéndoles a mis padres que estaba destinado a tener problemas.

No podía imaginar que Dios viera algo diferente. Tampoco podía entender por qué me escogía para servirle. Estaba seguro de tener demasiados impedimentos para eso.

Moisés también se sintió así. Los capítulos 3 y 4 de Éxodo nos dicen que discutió con Dios acerca de sus méritos. Pero Dios no se dejó disuadir. Quería a Moisés, con sus imperfecciones y demás. Lo había elegido. Dios siempre ha seleccionado a personas imperfectas y no calificadas para servirle.

Curiosamente, cuando Dios llamó a Moisés, el Señor le dijo que se quitara el calzado porque estaba parado en tierra santa (Éxodo 3:5 KJV). ¿Sabía usted que en este contexto la palabra hebrea para calzado es la misma que para candado?

En esencia, Dios le decía a Moisés que se quitara las cosas que le impedían alcanzar su destino. Tenía que dejar de ver sus faltas y fracasos. Tenía que quitarse esas cosas como si fueran un par de zapatos.

Todos necesitamos quitarnos lo que nos impide avanzar con Dios hacia nuestro destino. Hebreos 12:1 (NTV) dice: “Debemos dejar de lado el pecado que es un estorbo, pues la vida es una carrera que exige resistencia”.

Los candados y cargas pueden ser muchas cosas, pero a menudo, incluyen nuestra visión limitada de nosotros mismos. Al igual que Moisés, solo nos fijamos en nuestras imperfecciones. Aceptamos lo que el mundo ha dicho de nosotros. No creemos merecer que Dios nos dé Su amor o que nos utilice. Pero Él dice otra cosa.

Escoge a personas que, según este mundo, no tienen valor ni poder (1 Corintios 1:27) y se alía con ellas para hacer cosas increíbles.

No podía creer los planes que el Señor tenía para mí. Abandoné la secundaria y solo tenía un GED. Pero Dios no veía eso como una limitación. Nunca ve los obstáculos; solo ve el potencial.

Dios quiere que usted levante la cabeza para que vea y conozca su identidad como hijo del Rey. Somos nosotros los que limitamos nuestro destino. Cuando nos miramos a nosotros mismos a través de los ojos del mundo, solo vemos fallas. Desde esa perspectiva, nunca seremos nada más que lo que vemos. Debemos mirarnos a nosotros mismos a través de los ojos de Dios.

Con la ayuda de Dios, he escrito varios libros, dos de los cuales terminaron siendo nombrados éxitos de ventas por el New York Times. También viajo por el mundo, aparezco en la televisión nacional y enseño a personas de todo el planeta a través de mi ministerio, Fusion Global. Y este desertor de la secundaria tiene una maestría. ¿Quién lo hubiera imaginado? Ciertamente no mis padres ni el director de mi secundaria ni mi comunidad ni mi rabino…¡ni yo!

Pero Dios lo imaginó, y Él también imagina cosas maravillosas para usted. Dios ve una grandeza increíble en usted, pero antes, debe darse cuenta de que su identidad y valor no provienen de su comunidad, afiliación, posesiones o elogios. Su identidad, valor y propósito provienen de cómo Dios lo ve a usted. ¿Y cómo lo ve Él? Pues usted es Su hijo o hija predilecto. ¡Créalo!

Para convertirse en Su predilecto, primero debe aceptar a Su Hijo único, Jesús (Juan 3:16). Solo entonces usted podrá comenzar a descifrar todo lo que significa ser hijo o hija de Dios.

A muchos les cuesta entender su propósito e identidad, pero es sencillo. El propósito que usted tiene en la vida es aceptar el amor de su Padre celestial y andar a Su lado con obediencia. Cuando asuma esa identidad que le da Dios, descubrirá el destino que Él le ha dado.

Sé que asumir su identidad como hijo de Dios y seguirlo puede ser aterrador. Y sí, tendrá su costo. Pero vivir en relación con Dios supera cualquier cosa que se le presente. Nada de lo que el mundo ofrece puede compararse con lo que Dios tiene para usted, Su hijo. Lo demás no vale nada cuando lo comparamos con conocer a Cristo (Filipenses 3:8–10). Nada de lo que usted sacrifique puede compararse con lo que Dios ha sacrificado por usted (Isaías 53). Puede consolarse sabiendo que Dios nunca le pedirá que haga algo que Él mismo no esté dispuesto a hacer.

Nuestro Señor promete en Mateo 19:29 que cualquier cosa que deje por Él en la vida se le repondrá 100 veces y que tendrá la vida eterna. También dice en Mateo 5:10–12 que Él lo bendecirá cuando la gente se burle o mienta o hable mal de usted a causa de su fe, y que una gran recompensa le espera en el cielo.

Esta vida que experimentamos no es todo lo que existe. Hay mucho más, y Dios quiere dárnoslo.

La Biblia es clara: Dios lo ama y elige a usted. La pregunta es si usted lo amará y elegirá también. Solo entonces encontrará su identidad y experimentará su propósito final.

 

La renovación personal de JASON SOBEL lo llevó a buscar la del mundo a través de su organización sin fines de lucro, Fusion Global. Esta reconecta a los seguidores judíos y cristianos de Jesús a través de enseñanzas relevantes y elocuentes. Jason trabaja con influyentes creativos y colabora con muchos líderes de los ámbitos del espíritu, el entretenimiento y el comercio. Su extraordinario mensaje empodera a los públicos del mundo entero para que descubran su potencial y comprendan su herencia cristiana. Para más información sobre su organización o sus exitosos libros, visite fusionglobal.org.